Comentario
Los reinos peninsulares no son receptores uniformes del internacional. Paradójicamente, será más importante en las burguesas Cataluña y Valencia, que en la aristocrática Castilla. Como consecuencia, no será la miniatura, reclamada en un ámbito de perfiles dominantes aristocráticos, sino la pintura sobre tabla la que tendrá protagonismo principal.
No obstante, es una situación normal la que existe en los comienzos de la llegada y recepción en Cataluña. Juan I está casado con Violante de Bar, pariente del duque de Berry y amante de los libros. Los documentos nos cuentan la correspondencia mantenida con él y la petición de que se enviaran determinadas obras, lo que indica que debieron llegar seguramente ejemplares con miniaturas. Por otra parte, Jean Melec, miniaturista en San Cugat del Vallés, es de origen extranjero y, muy probablemente, Rafael Destorrents viaja al Norte en un momento joven de su vida. Es autor de uno de los pocos libros iluminados en la Península que resiste la comparación con los ejemplares de lujo o de Francia. El "Misal de Santa Eulalia" (catedral de Barcelona) es un encargo del obispo Armengol que lo legará a la catedral y se realiza poco después de 1400 (1403). La mayor parte de las miniaturas consisten en iniciales pequeñas, aunque alguna como la Anunciación es especialmente delicada y original en la distribución y encaje de los personajes. Pero lo más notable es un impresionante Juicio Final que ocupa, en cierta medida, todo un folio, aunque deja en el centro una superficie para el texto. El artista se vale de los recursos de la miniatura para crear una composición singular en cuya zona alta está la Gloria, mientras a los lados se va pasando por la resurrección de los muertos o el pesaje de las almas y se termina debajo con un anecdótico infierno de desarrollo poco frecuente entonces. Otras obras han sido atribuidas recientemente a Rafael Destorrents, que, además, fue pintor de retablos.
Es posible que para muchos el gran representante de la primera generación del internacional en Cataluña sea Lluis Borrassá. Desde luego, fue el artista que recibió más encargos y de quien poseemos una copiosa documentación, no solamente como pintor, sino sobre actividades complementarias de tipo económico que nos permiten asegurar que adquirió una sólida posición en este campo. Su taller bien organizado atendió un número de encargos tan elevado que únicamente puede entenderse con una buena organización y una participación parcial del propio artista. Quiere esto decir que las excelentes condiciones iniciales no tuvieron el desarrollo esperado, de modo que, a partir de un momento, Borrassá se limitó a repetir con mayor o menor acierto un repertorio de fórmulas establecido tempranamente. Su clientela casi exclusiva la forman cofradías, gremios, parroquias o ciertos clérigos. Se le han atribuido algunos retablos supuestamente primeros que tal vez no sean suyos. Es dudoso, pero exquisitamente pintado, el de la Virgen y San Jorge, de San Francisco en Villafranca del Penedés, que se supone de un momento inicial del que nada queda documentado. Entre la abundante obra posterior podríamos citar el retablo de San Pedro, para la iglesia del mismo nombre en Tarrasa, y el monumental de Santa Clara, en Vic (hoy en el Museo Diocesano). En ellos se singulariza su paleta, mientras los tipos son el resultado de una interpretación libre de los que se crearon en el taller de los Serra. El espacio, sin embargo, es despreciado o escasamente tenido en cuenta, de modo que, incluso en escenas que se han hecho justamente famosas por la sensibilidad cromática, los fondos se lanzan hacia arriba en busca de una profundidad conseguida con medios muy elementales. Así, en el momento en que Pedro pretende andar sobre las aguas, en el retablo de Tarrasa, éstas se elevan de modo inverosímil.
Mientras Borrasá controla el mercado artístico de Barcelona, con Mates y Pere Serra, más aún después de la muerte de éste, otros artistas han establecido sus talleres en diversas villas. Ramón de Mur es el más notable. Ciudadano de Tárrega y activo en su entorno es autor del retablo de Guimerá, enorme fábrica hoy desmontada (Museo Vic), irregular en lo compositivo, sugestivo en el color y destacado iconográficamente.
El internacional tardío está en toda Cataluña. Martorell hereda de Borrasá, no su forma de hacer, sino el control principal de la clientela barcelonesa. Es el más exquisito de los pintores catalanes, el de técnica dibujística más precisa, aunque trabaja tan tarde que resulta algo conservador. Es soberbio el San Jorge del Museo de Chicago, completado con las tablas sobre su vida en el Louvre, expresión de la asunción cristiana del mundo caballeresco. El retablo de la Transfiguración de la catedral de Barcelona es desigual, con un excelente bancal, donde Martorell alcanza sus cotas más altas en la recuperación del espacio urbano, marcando también sus indudables limitaciones. El retablo del Púbol (Museo Diocesano, Gerona) es su única obra documentada. Fue miniaturista y autor de un buen "Libro de Horas" conservado, donde se demuestra ese carácter minucioso en la ejecución.
En Gerona hubo de haber una buena escuela de pintura, a juzgar por lo poco que queda y la abundante documentación. Durante un tiempo domina la escena la familia Borrassá (el padre de Lluis, Guillem, es el iniciador), que comenzaría dentro de lo italianizante. Pero nada se ha identificado de ellos, por lo que hay que comenzar hablando del no hace mucho conocido Joan Antigó, espléndido artista. El retablo de Banyoles es una de las piezas maestras del internacional catalán y el descubrimiento de su participación en el retablo de Castelló de Ampurias colaboran a contemplar el perfil de un pintor comparable a los más importantes de Barcelona y con una formación que sintetiza la tradición catalana anterior, desde los Serra, con un conocimiento de lo internacional que no sabemos de qué procede. En Lérida, los Ferrer y los Teixidor son los más notables.